martes, 5 de agosto de 2008

CRITERIOS SOBRE LA UNIDAD DE LA IZQUIERDA AUTÓNOMA

Documento preliminar de trabajo y debate

1. Sobre la necesidad de un Referente Nacional de la Izquierda Autónoma

La definición más amplia de lo que es la Izquierda Autónoma corresponde a individuos, colectivos y organizaciones políticas no partidarizadas, las cuales conciben y ejercen la acción política en un espectro mucho más amplio que los parámetros prescritos por el liberalismo. Debido a ello, ésta se caracteriza por impulsar la necesaria renovación de discursos y prácticas emancipatorias que combatan –y no reproduzcan en su mismo seno- las relaciones de dominación en todas sus formas. Asimismo, afirma que una verdadera transformación se realizará desde las bases, poniendo así en cuestión la inoperancia y el carácter contradictorio de las organizaciones altamente jerarquizadas y burocratizadas. El carácter de su activismo, a partir de estas concepciones, le permite desenvolverse en diversos espacios y estilos de acción política (desde los espacios de poder de base hasta las luchas contra el patriarcado y el heterosexismo; creando caminos desde la contra-cultura hasta el ecologismo, las organizaciones barriales y estudiantiles; entre otros). Tiene a la horizontalidad como principal referente de organización y rescata la necesidad de la autonomía de las organizaciones. No se moviliza bajo doctrinas rígidas y estáticas – y por lo tanto sectarias- sino que actúa basada en principios y valores claros, viendo a la diferencia y la diversidad como poderosas armas de lucha.

La necesidad de generar una Izquierda Autónoma nace como respuesta a las enormes dificultades discursivas y generacionales con las que la Izquierda tradicional y partidarizada tropieza en su proceso de renovación. La Izquierda Autónoma detecta en ella prácticas sectarias, vanguardistas y caudillistas; un ejercicio endogámico de la política en los gremios y organizaciones sociales que logró cooptar, y en los que se atrincheró como producto del repliegue y debilitamiento que sufrió por más de una década. La Izquierda Autónoma constata la incapacidad de autocrítica de la Izquierda partidarizada, incapacidad que la lleva a reproducir vicios que han sido arrastrados e institucionalizados hasta la época actual, como sacrificar las organizaciones antes que perder los puestos de poder en éstas (en el caso universitario), imponiéndole grandes limitaciones para su rearticulación y para estar a la altura de las circunstancias actuales.

El actual, es un escenario donde las organizaciones sociales han dejado de asumir una posición meramente defensiva, y donde, por el contrario, se está viviendo su fortalecimiento y multiplicación, en respuesta a la creciente conflictividad generada por la profundización de las políticas neoliberales y la agudización de la represión. Sin embargo, toda la efervescencia social carece aún de una representación política formal, donde el proyecto del “nacionalismo” como interlocutor de los sectores populares resulta insuficiente, precario y ambiguo, siendo su triunfo electoral un correlato de la alta conflictividad social más que producto de un trabajo orgánico y sostenido. Asimismo, continúa existiendo una inmensa brecha entre la situación del campo popular en Lima y la costa norte respecto a la del resto del país. Entre otras cosas, la derecha electoral tiene en Lima, más del 70% de los cargos; los paros nacionales -que en el resto del país son acatados por casi la totalidad de las organizaciones- son acatados parcialmente; y la movilización, la organización y la articulación son poco contundentes e influyentes en el escenario local.

El colapso de la vieja Izquierda trajo su abierta fractura y dispersión, las cuales aún no ha logrado superar, repercutiendo en todo el campo popular. A pesar de su renovada influencia social en distintos gremios y organizaciones, no ha logrado establecerse como la interlocutora política y protagónica del campo popular; siendo su fracaso electoral un reflejo claro de su situación actual. Por otro lado, dentro del movimiento social, si bien con alta capacidad de movilización legítima, perduran tensiones y divisiones dentro de éste, alimentadas por la considerable influencia del neosenderismo y el fujimorismo de base (tanto de sus militantes como de sus prácticas), que, dentro de sus lógicas, enfatizan la confrontación directa y a ultranza con el Estado, antes que la acumulación y articulación más amplias y consolidadas. El recurso incuestionable a la violencia antes que la organización.

Dentro de todo este proceso de fortalecimiento del campo popular, el marco de las Elecciones Generales del 2011 será un escenario decisivo y polarizado entre el continuismo neoliberal y la demanda por un cambio de rumbo, en el que tiende a perfilarse una alternativa electoral a partir de la CPS. Dentro de este marco, potencialmente prometedor, la “salida moral” de la abstención resulta una alternativa conservadora y timorata, que no está de por sí a la altura del proceso y de las expectativas del pueblo. Ante ello, se manifiesta la necesidad de construir un espacio político que también atraviese lo electoral, con referentes programáticos en los intereses populares más que en la voluntad de algún caudillo con carisma y arrastre electoral, y de la predisposición natural de las cúpulas partidarias por negociar cupos de poder dentro de la estructura del Estado.

El valor indispensable de la unidad, tanto política como social, está refrendada por nuestra propia experiencia histórica. Sin embargo, una tarea tan urgente y fundamental, no ha de consensuarse simplemente, sino que ha de ser producto de un proceso permanente de construcción, un proceso crítico para que la heterogeneidad del campo popular sea capaz de moverse en una misma dirección. La unidad planteada no se agota en una mera alianza electoral ni en la convergencia en una movilización, sino en construir un bloque político capaz de impulsar las transformaciones políticas que en cada etapa sean necesarias y posibles. La dispersión política y geográfica –es decir de estructuras nacionales o siquiera macrorregionales- de la Izquierda Autónoma nos condena a un papel de espectadores o, en el mejor de los casos, marginal frente al protagonismo avasallador de los partidos y sus dinámicas, en particular del nacionalismo. Debido a ello surge la necesidad de iniciar un diálogo nacional entre activistas independientes y organizaciones que se reconozcan como parte de esta corriente que hemos denominado “Izquierda Autónoma” para construir un Referente Nacional, que nos permita intervenir en mejores condiciones en el proceso de reconstrucción del espacio y de la unidad de la izquierda socialista, con un proyecto propio y de largo plazo que trascienda largamente las coyunturas electorales. Un tercer nivel de articulación ha de ser de todo el campo popular frente al bloque continuista y conservador, el cual, de profundizarse las tendencias actuales, tendrá un correlato necesariamente electoral en el 2011.

2. Sobre los criterios para la unidad de la Izquierda Autónoma

La tarea de ir superando la dispersión de los diversos núcleos de la Izquierda Autónoma, pasa por una primera aproximación reflexiva sobre algunos puntos centrales y eventualmente de tensión, de cuyo procesamiento colectivo deberían generarse sentidos políticos comunes, elementales para avanzar, en el mejor de los casos y en el mediano plazo, hacia la construcción de un Referente Nacional. Entre las cuestiones más urgentes y definitivas, identificamos las siguientes y sentamos posición sobre ellas:

- Identidad y memoria. Es indispensable para la Izquierda Autónoma construir una identidad movilizadora, y en ese proceso, reencontrarse con la tradición política libertaria del socialismo peruano y de las luchas populares. Nuestras miradas sobre las generaciones precedentes y las izquierdas tradicionales deben ser críticas, pero al mismo tiempo modestas; es preciso valorar sus enormes sacrificios y conquistas históricas. Hay que superar el sesgo “parricida” y acaso mesiánico que nos impide reconocernos como continuidad de una lucha que se enriquece y se diversifica en nuevos escenarios, con nuevos actores y con agendas cada vez más amplias, pero que en modo alguno comienza de cero. La narración de la(s) historia(s) desde las subalternidades y los diálogos intergeneracionales son herramientas claves para reinventar nuestra tradición.

En ese proceso, hay que rescatar también individualidades y procesos históricos referenciales. Se trata de emprender un proyecto de memoria socialista y popular con íconos, símbolos, fechas y consignas, que sirvan de insumos para desarrollar una mística renovada, como sustento último del activismo y la militancia socialistas. Hay que emprender un proyecto identitario que junto con su dimensión histórica contenga también una “dimensión utópica”; que a partir –pero no sólo- de la memoria recree el “mito” mariateguista, aquél que reconoce y valida como determinante la dimensión no racional de la voluntad y la acción políticas.

De las coyunturas históricas que es preciso procesar colectiva y críticamente, la experiencia de la guerra interna es una de las más delicadas, pues implica superar los maniqueísmos coloniales y liberales hegemónicos de los cuales a veces hemos sido tributarios. Saldar cuentas con ese suceso trágico y doloroso, supone para la izquierda dialogar también, directamente, con las versiones silenciadas del conflicto. Las causas, consecuencias y complejidades de la guerra no pueden sepultarse en la historia. Hay que identificar las permanencias de las estructuras sociales y subjetivas de aquel periodo, cuyos ecos resuenan hoy en día, condicionando muchas veces nuestro propio activismo político. En suma, nos planteamos la necesidad urgente de hacer un balance integral desde una perspectiva socialista del conflicto armado.

En tanto que los proyectos unitarios de las izquierdas no son una novedad, también es importante detenerse en ellos, fundamentalmente para extraer lecciones. Así, hay que valorar, con sus limitaciones de frente electoral, la experiencia de Izquierda Unida, como proyecto de representación y articulación política de masas y bases populares, que en la medida en que encarnó la esperanza transformadora de nuestro pueblo, fue mucho más que una mera opción “electorera”. Aunque nunca trascendió su condición de ser una suma de partidos, en la que se recrearon vicios históricos como el dogmatismo, el sectarismo y el reformismo socialdemócrata, desde el espacio de Izquierda Unida el socialismo desafió, enfrentó y contuvo por igual al terrorismo de Estado y al terrorismo de la insurgencia, para defender al pueblo y sus organizaciones, aun a costa de la vida de muchos y muchas de sus militantes. Es imperiosamente necesario para la Izquierda Autónoma hacer un balance justo y crítico, que no se reduzca a romanticismos pero tampoco a prejuicios y reproches, sobre el proyecto y el colapso de Izquierda Unida, toda vez que esa experiencia marcó el punto más elevado de la inserción del socialismo en las expectativas populares. A este propósito, hay que considerar tanto los errores de la izquierda tradicional y partidaria, cuanto el contexto extremadamente difícil de aquellos años, marcados por la guerra interna y la implosión del socialismo realmente existente en el mundo. Las generaciones post-IU a menudo se limitaron a negar y renegar de aquella experiencia fallida, de sus concepciones y de sus métodos. Las alternativas contestatarias que le sucedieron, pocas veces remontaron el abstencionismo, el nihilismo y la despolitización, en el contexto de la dictadura y la crisis de los paradigmas emancipatorios.

Un punto de quiebre sin duda, y que marca un precedente significativo en el surgimiento y articulación de una izquierda crítica y renovada, fue la conformación a partir de varios núcleos a nivel nacional del Movimiento Raíz. Entre los aportes fundamentales de esta primera experiencia, rescatamos la recuperación de la dimensión ética del proyecto socialista, descuidada injustificablemente por la izquierda tradicional; la apuesta por la horizontalidad como alternativa orgánica al autoritarismo, al burocratismo y al caudillismo que hasta ahora impregna a los partidos de izquierdas; y la capacidad de renovar, diversificar y enriquecer el discurso y las prácticas del socialismo, a partir de las experiencias de los movimientos sociales y de las perspectivas teóricas del pensamiento crítico contemporáneo. Constatamos también la necesidad de la Izquierda Autónoma de hacer un balance sobre Raíz, sus alcances y las causas de su extinción.

- Identidad y principios. La diversidad de las experiencias de las cuales proceden los núcleos de la Izquierda Autónoma deberían converger en torno a una plataforma compartida de principios que sirva como referente para superar la fragmentación a causa de nuestra “heterogeneidad”. Los principios deben enunciarse y practicarse más allá del dogmatismo, es decir, que deben aplicarse de manera reflexiva y no mecánica, de acuerdo a cada circunstancia. La unidad principista debe servir para vertebrar la identidad y la integridad del espacio propio de la Izquierda Autónoma, más que para provocar la descalificación y negación compulsiva de otros interlocutores políticos.

- La relación con los movimientos sociales. Hay que recrear la tradición de la izquierda socialista de construir, influir, de ser posible conducir, y defender en su integridad y por principio a las organizaciones sociales. No se trata sólo de acompañar o celebrar las luchas sociales, sino de insertarse y disputar políticamente esos espacios y racionalidades, respetando su autonomía respecto sus demandas y sus lógicas. El espacio social que constituyen las organizaciones de bases, es el espacio natural, y en buena cuenta el decisivo, de la acumulación política de las izquierdas y de la construcción del poder popular.

- La relación con el Estado. Es posible constatar que la creciente conflictividad social en el país no ha tenido –considerando la precariedad e indefinición del nacionalismo y los movimientos políticos regionales- un correlato proporcional en la modificación sustantiva de las relaciones de poder. En ese sentido, el Estado capitalista sigue siendo a todas luces un espacio de poder fundamental, importante para medir y modificar la correlación de fuerzas entre los sectores subalternos y las élites privilegiadas del sistema. Además, es potencialmente el único aparato capaz de oponerle resistencia e imponerle cierto tipo de controles a la dictadura del capital transnacional y a otros poderes fácticos, como el fundamentalismo religioso. La Izquierda Autónoma debería estar en condiciones de superar el abstencionismo, e impulsar alternativas políticas populares y progresistas para aprovechar el aparato y los recursos del Estado burgués en función de su proyecto histórico, que desde luego cuestiona y trasciende a la democracia liberal. La historia reciente de América Latina muestra en algunos casos, que desde la conducción de los Estados, es posible responder positivamente a los intereses populares y profundizar la lucha por la transformación socialista.

- Cuestiones orgánicas. En primera instancia, un referente nacional de la Izquierda Autónoma debería sustentarse en el fortalecimiento permanente de los activismos políticos y temáticos a nivel local y regional, como expresión concreta y tangible de su proyecto, influencia, y relevancia políticas. En segundo lugar, cualquier intento de articulación debería superar el nivel básico de la coordinación de actividades puntuales y del reconocimiento mutuo de los diversos actores, para lograr constituir direcciones políticas colectivas con bases territoriales, por lo menos macrorregionales, si es que fueran insalvables las complicaciones operativas y logísticas para constituir una dirección nacional. Para ello es necesario generar niveles mínimos de representación y centralización; las “redes” inorgánicas y desestructuradas son una opción insuficiente y agotada para enfrentar los retos políticos del momento. El mayor desafío consistiría en elaborar un diseño orgánico lo suficientemente flexible como para incorporar y responder a las especificidades de los actores, agendas, espacios de intervención y coyunturas. Como tercer punto, consideramos indispensable definir paralelamente una agenda programática. En cuarto lugar, consideramos fundamental producir medios y documentos de formación teórica, debate, propaganda y agitación.

- Plazos, etapas y dinámicas para la articulación. Cualquier intento sólido de articulación tendría que pensarse en un horizonte de mediano plazo. La discusión sobre los puntos planteados en este documento de trabajo –y otros que sean pertinentes-, y la construcción de sentidos compartidos sobre ellos, puede servir de pauta inicial para ir madurando progresivamente este proceso. En el corto plazo, creemos que es posible propiciar debates y encuentros a nivel macrorregional con los actores políticos que se sientan identificados con esta iniciativa. Consideramos fundamental coordinar entre todos los núcleos en los que se ha venido discutiendo la propuesta de articular esfuerzos (Lima, Cusco y Arequipa), la elaboración y la difusión de una convocatoria formal para iniciar este proceso de articulación. Tentativamente, el Colectivo SUR propone trabajar para los días 1 y 2 de noviembre de 2008 la realización de un pre-encuentro en Lima o Arequipa, de activistas y organizaciones de la izquierda autónoma con voluntad de construir un Referente Nacional, como espacio previo a la Asamblea Nacional de los Pueblos, convocada por la CPS para el 4 de noviembre.

Arequipa, agosto de 2008

Colectivo Socialismo, Utopía y Revolución
(SUR)