El Paro Nacional convocado por la CGTP y la CPS para este 9 de julio, fue acatado de manera contundente por el pueblo arequipeño, que al igual que en otras ocasiones paralizó totalmente la ciudad y se movilizó multitudinariamente desde los conos hasta la Plaza de Armas, donde alrededor del mediodía decenas de miles de manifestantes se concentraron para expresar su repudio al gobierno aprista.
Desde tempranas horas de la madrugada, comenzaron los bloqueos de las rutas de acceso a la ciudad, así como de las principales avenidas. Las actividades laborales estuvieron suspendidas casi en su totalidad, y los mercados y centros de estudio permanecieron cerrados. Los pobladores, transportistas, comerciantes, estudiantes y trabajadores de empresas públicas y privadas se plegaron a la paralización a través de sus organizaciones de bases.
A media mañana se iniciaron las preconcentraciones en distintos puntos de la ciudad, para realizar las numerosas marchas que convergieron en el centro histórico. Hasta la Plaza de Armas llegaron las delegaciones del Frente Amplio Cívico de Arequipa, pobladores de la central AUPA, la FDTA, el combativo Sindicato de Trabajadores de Construcción Civil, el histórico SUTEP, sindicatos del gobierno regional y municipalidades, transportistas, comunidades campesinas, sindicatos de empresas privadas como Inkalpaca, asociaciones de comerciantes de mercados y mercadillos, asociaciones de trabajadores independientes como la de los Locutorios Móviles, trabajadores despedidos y jubilados, CONACAMI, estudiantes y trabajadores universitarios, la Coordinadora de Juventudes, colectivos y partidos políticos de izquierda, entre muchos otros.
A pesar de algunos incidentes aislados, el Paro transcurrió pacíficamente. Las consignas y demandas de los distintos sectores coincidieron en condenar el continuismo neoliberal y el autoritarismo bufalesco del gobierno de Alan García. Se escucharon llamados a la solidaridad con las problemáticas de otras regiones, como la del Oriente; contra la presencia de tropas estadounidenses en Ayacucho; contra la gran prensa limeña simbolizada en “Chichi” Valenzuela; contra la feroz represión; y por la unidad más amplia de todo el pueblo, saboteada por la infiltración y el fujisenderismo seudorradical.
Esta exitosa jornada de lucha, se levanta como un hito en el proceso de acumulación de las fuerzas populares, que han pasado del repliegue y la pasividad defensiva –como en el caso de los sindicatos y asociaciones que se han fortalecido y multiplicado-, a la reorganización y articulación espontánea como respuesta a la persecución estatal. Sin embargo, esta efervescencia social aún no tiene una expresión política visible y definida, que es sin duda el mayor reto pendiente. La Asamblea Nacional de los Pueblos convocada para el 4 de noviembre será un momento clave y decisivo en ese proceso.
Desde tempranas horas de la madrugada, comenzaron los bloqueos de las rutas de acceso a la ciudad, así como de las principales avenidas. Las actividades laborales estuvieron suspendidas casi en su totalidad, y los mercados y centros de estudio permanecieron cerrados. Los pobladores, transportistas, comerciantes, estudiantes y trabajadores de empresas públicas y privadas se plegaron a la paralización a través de sus organizaciones de bases.
A media mañana se iniciaron las preconcentraciones en distintos puntos de la ciudad, para realizar las numerosas marchas que convergieron en el centro histórico. Hasta la Plaza de Armas llegaron las delegaciones del Frente Amplio Cívico de Arequipa, pobladores de la central AUPA, la FDTA, el combativo Sindicato de Trabajadores de Construcción Civil, el histórico SUTEP, sindicatos del gobierno regional y municipalidades, transportistas, comunidades campesinas, sindicatos de empresas privadas como Inkalpaca, asociaciones de comerciantes de mercados y mercadillos, asociaciones de trabajadores independientes como la de los Locutorios Móviles, trabajadores despedidos y jubilados, CONACAMI, estudiantes y trabajadores universitarios, la Coordinadora de Juventudes, colectivos y partidos políticos de izquierda, entre muchos otros.
A pesar de algunos incidentes aislados, el Paro transcurrió pacíficamente. Las consignas y demandas de los distintos sectores coincidieron en condenar el continuismo neoliberal y el autoritarismo bufalesco del gobierno de Alan García. Se escucharon llamados a la solidaridad con las problemáticas de otras regiones, como la del Oriente; contra la presencia de tropas estadounidenses en Ayacucho; contra la gran prensa limeña simbolizada en “Chichi” Valenzuela; contra la feroz represión; y por la unidad más amplia de todo el pueblo, saboteada por la infiltración y el fujisenderismo seudorradical.
Esta exitosa jornada de lucha, se levanta como un hito en el proceso de acumulación de las fuerzas populares, que han pasado del repliegue y la pasividad defensiva –como en el caso de los sindicatos y asociaciones que se han fortalecido y multiplicado-, a la reorganización y articulación espontánea como respuesta a la persecución estatal. Sin embargo, esta efervescencia social aún no tiene una expresión política visible y definida, que es sin duda el mayor reto pendiente. La Asamblea Nacional de los Pueblos convocada para el 4 de noviembre será un momento clave y decisivo en ese proceso.
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